miércoles, 21 de mayo de 2014

Día de feria

Dejamos de ir a la playa porque, una vez muertos mis abuelos, quedó en herencia su casa del pueblo y mis padres en toda su humildad y sencillez decidieron que nuestras vacaciones, desde ese momento en adelante, iban a ser en el pueblo. No hubo problemas ni quejas por parte de mis hermanos. Todo estábamos en una edad en la que te diviertes sea donde sea; en la playa o en un puto pueblo perdido en el campo, salvo cuando crecimos que ya se nos hacía más pesado. Yo era el más pequeño de todos y la verdad que siempre seguía el ritmo de mis hermanos mayores y me adaptaba a sus formas.

Allí hicimos buenos amigos y estábamos todo el día haciendo cosas que en la ciudad no podríamos hacer nunca. Para la gente del pueblo, éramos gente “especial” o mejor dicho, distinta, por el simple hecho de que no éramos de allí. Eso se traducía sencillamente en que la gente nos prestaba atención. En mi caso concreto, además de tener muchos amigos, recuerdo que las chicas se interesaban en conocerme. Todos los veranos había alguna chica que quería acercarse a mí en el sentido más físico y menos emocional. Me acuerdo de la mayoría de chicas que me dedicaron más de un segundo en aquel pueblo, como por ejemplo de Ana o más bien conocida como Anita; una chica guapa y mal hablada. Morena de piel y castaña de pelo. Los rumores que se oían de ella no la enaltecían, la verdad. Era amiga de una amiga de mi prima y por eso la conocí. Pronto me di cuenta de que yo le gustaba por los comentarios que hacía su amiga y a mí la verdad que me daba igual aunque reconozco que me hacía gracia el hecho de atraer a una chica así. A su lado me sentía bastante niño, que también lo era, pero me refiero a que ella era una niña con cuerpo de mujer y eso me impactaba, puesto que jamás una chica que ya empezaba a entrar en una edad de más madurez en todos los sentidos, se había fijado en mí.

Ella había dejado de ir al colegio muy pronto y trabajaba en la peluquería de su madre, la única que había en el pueblo, junto con la barbería del viejo Anastasio. Ella ya ganaba dinero y yo sólo ganaba la propina de mi madre que solía ser una moneda de quinientas pesetas que gastaba en chucherías y Coca-Cola. Muy patético. Mis amigos me venían a buscar a casa, luego nos juntábamos con el grupo de chicas, donde también estaba Anita y después nos escapábamos ella y yo del grupo y me llevaba a cenar a los mesones del pueblo; ella elegía la comida y ella la pagaba. Los pueblerinos nos miraban raro al ver a un par de críos cenando en esos lugares. Para mí era una amiga e incluso una madre. Por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que era querer y/o amar a una chica. Sólo era un niño.


A finales de agosto eran las fiestas del pueblo y como es normal, montaban una feria con atracciones, algodón de azúcar y pollos asados. Mis hermanos se iban con sus amigos a hacer botellón y no me dejaban ir con ellos; mis amigos no querían ir a la feria y a mí sí que me apetecía, por lo que mi única opción era ir con mis hermanas. Aquel verano ellas se hicieron amigas de los feriantes de una atracción. Era una atracción circular con unos vagones en forma de casco de fútbol americano, para dos ocupantes, que estaban colocados uno detrás de otro hasta lograr un círculo gigante y en el medio había una figura de un jugador de fútbol americano estrujando una pelota con cara de mala leche. Cuando se ponía en funcionamiento la atracción, giraba ese círculo y los cascos en los que iba montada la gente, giraban alrededor de sí mismos. Básicamente eran como las clásicas tazas locas pero algo más “modernas”.

El caso es que mis hermanas se ponían a hablar con aquellos feriantes, que eran los típicos cachas que son medio gitanos, jóvenes, alegres y juerguistas. No sé de qué hablaban pero mis hermanas sonreían mucho y les reían todas las subnormalidades que salían de sus bocas. Yo mientras tanto, a su lado, estaba aburrido viendo como la atracción giraba y giraba, a ritmo de musicote digno de una GOA y con los comentarios del speaker de la atracción, uno de los tíos que daba la chapa a mis hermanas. El speaker decía cosas como: “¡Recuerden que antes de subirse hay que pasar por taquilla y soltar la mantequilla!”, “¡Vamos, vamos, a subir esas manos!” Pero lo que más me gustaba era cuando se ponía a cantar la canción de “La tía Enriqueta” de Chimobayo, mientras sonaba a todo volumen aquella maldita música.

Uno de los feriantes que estaba hablando con mis hermanas me vio aburrido y para hacerse el majo, me dio fichas para montar en todas las atracciones de la feria totalmente gratis. Mis hermanas me dijeron que ellas se quedaban allí y yo me fui a La Olla, otra atracción giratoria que estaba en la entrada de la feria, justo al lado contrario de donde estábamos nosotros. Cuando llegué allí me encontré a Anita con sus amigas subidas en la atracción. Toda la gente estaba saltando en el centro, menos ellas que estaban sentadas en el círculo giratorio. Justo abajo había unos chicos esperando para subirse en la siguiente tanda y cada vez que la atracción giraba y Anita pasaba cerca de ellos, los chicos la insultaban. Bueno en realidad “sólo” decían “guarra” y “puta”. Precisamente no eran un diccionario abierto aquellos ineptos. Ella los ignoraba por completo y recuerdo que se reía al ritmo de la atracción. También había otras veces en que había presenciado como la “piropeaban” al estilo obrero, es decir, diciéndole un millón de guarrerías para hacer con ella y su cuerpo. Cuando La Olla paró, se bajaron y me vio, fue corriendo hasta donde estaba y me dio un abrazo. Yo ni si quiera la abracé pero estaba contento de haberme encontrado con ella. Le dije que tenía todas las fichas del mundo para montarme mil veces en cada atracción y ella me dijo que quería montar conmigo esas mil veces. Sus amigas se fueron. Recuerdo que escuché como la amiga de mi prima le decía a Anita; “Vente con nosotras ¿No ves que es un niñato que sólo está deseando montarse en el tiovivo?” Y era cierto, bueno, me la sudaba el tiovivo, pero quería estar allí montando en todas esas gilipolleces. La verdad que nunca entendí porque yo le gustaba, tampoco me lo dijo y tampoco se lo pregunté; no me importaba. Esa noche ella se quedó conmigo y nos subimos a casi todas las atracciones, incluso en las camas elásticas, donde me dediqué exclusivamente a hacer mortales y a saltar sobre la colchoneta de Anita en el momento más inesperado para que ella perdiera el equilibrio y se cayera al suelo. Cuando eso sucedía me agarraba rápidamente del brazo como si fuera un gato y me empujaba para que me cayera sobre ella, que no paraba de reír y trataba de darme un beso en los labios que yo siempre esquivaba.

Por último, fuimos la atracción donde había dejado a mis hermanas y ahí seguían hablando con los tíos esos mientras comían pipas sin sal. Me quedaban dos fichas y me subí allí con Anita. Girábamos deprisa sobre nosotros mismos y ella riendo/gritando se agarraba a mí, mientras yo me agarraba a las barras metálicas de seguridad que evitaban que saliéramos volando. Al acabar me despedí de Anita, que me dio un beso en la mejilla, y yo me quedé con mis hermanas hasta que cerraron la atracción. Una de mis hermanas se intercambió una pulsera con el speaker; Él le regaló una de tela de color azulada que tiró nada más llegar a casa y mi hermana le dio un aro de madera que llevaba en su muñeca. “Vaya chorrada” pensé. Nos fuimos de allí y al día siguiente volvimos a la ciudad. El verano había acabado para nosotros. Nunca más aquellos feriantes volvieron a la feria y jamás volví a hablar con Anita en los sucesivos veranos porque, según me enteré después, jamás me perdonó no ir a despedirme de ella la mañana que nos fuimos a Madrid.

 


El fin de semana pasado estuve en las fiestas de Rivas-Vaciamadrid con mis amigos y dimos un paseo por la feria. Había una atracción exactamente igual que la del rugby pero era de otro color, más grande. No sé, no pensé que iba a ser la misma pero instintivamente busqué la taquilla y allí estaba el speaker, como si no hubiesen pasado los años por su cuerpo, con la pulsera de madera de mi hermana en su muñeca totalmente desgastada y con algunas de sus partes quebradas. En realidad su brazo estaba lleno de pulseras, supongo que las iría coleccionando... Y me acordé de Anita, de aquella chica que no volví a saber nada más de ella después de ese verano. Me acordé de que quería quererme o algo parecido y yo jamás lo entendí y mirando la atracción, sentí como volví a girar y girar bajo las luces y la música con una chica guapa por la que jamás sentí nada extraordinario.

@HoldenCenteno

11 comentarios:

  1. Vaya, qué raro que nadie comente por aquí... A mí me ha encantado. Es de las entradas que he podido sentir -con tu permiso- más cercanas, porque muchos de tus lectores hemos vivido algo así en nuestra infancia-adolescencia. Y las sensaciones que describes, las palabras que utilizas... Increíble! He de decir que me está gustando mucho esta etapa del blog, obviamente la otra me encantaba, pero estás demostrando tu versatilidad... y de qué manera! Leyendo esta entrada he podido sentir esa típica brisa veraniega cálida en las mejillas, y el olor a campo con el ruido de las atracciones de fondo. Gracias por ser capaz de transportarnos! Ya estoy esperando al miércoles que viene. Saludazos desde el sur! A

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    1. Estimada A o estimado A:

      Le agradezco su comentario y me alegro que le haya encantado y se haya podido transformar, oler, sentir y vivir. La verdad que la feria de los pueblos es algo que el 99% de la gente ha vivido y yo al menos, recuerdo con cariño.

      Me alegro que le guste este "nueva" etapa, aunque creo que el blog siempre ha sido versátil en el sentido de que aunque contaba una historia, a la vez he escrito sobre infinidad de temas que no estaban relacionados (de forma directa) a esa historia. En cualquier caso, advertirle de que el blog aún no ha experimentado las nuevas modificaciones que pronto experimentará.

      Le mando un saludo tan grande, como de aquí al sur.

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  2. Esperaré con impaciencia esas modificaciones, y el miércoles que viene!
    Me sigue sorprendiendo que no haya tantos comentarios como en otras entradas... si es buenísima! Aunque no comenten, seguro que el resto de lectores sabrán apreciarla, estoy segura. A

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  3. Esa canción de Quique es mágica, y más ahora que se acerca el verano... siga en la lucha, Centeno!

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  4. Buenas, Holden
    ¡Las ferias de los pueblos son tan míticas! Yo pisaba bastantes en verano, y como soy medio pueblerina el encanto que los de ciudad encontráis en las ferias de pueblo a mí se me escapa.
    Hay un pequeño relato de Carlos Casares que me ha recordado a ese enamoramiento que tenía la chica contigo. Estas historias de verano, sobre todo cuando uno es pequeño y no sabe muy bien de qué va el asunto de novias, ligues y demás, tienen un encanto especial, porque son pasajeras pero intensas, de las que recuerdas toda la vida. Nos preparan para lo que vendrá después.
    A ver algún día si me pongo al día con sus entradas, amigo.

    Un saludo, la anónima de Hitchcock

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    1. Míticas ferias, me encantaba pasarme la vida allí cada verano y disfrutaba de su encanto pueblerino.

      Buscaré el relato del que me habla. Ya le queda poco para ponerse al día.

      Un saludo, amiga.

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  5. Me ha encantado tu relato, solo le pongo un pero: "nunca entendí porque yo le gustaba" debe ser; "nunca entendí por qué yo le gustaba"

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  6. Yo viví entre esos dos mundos. La ciudad cerrada en sí misma, con olor a barrio y angosta, asfixiada por sus propias sombras y ensordecida por sus escandalosos pulsos.
    Y el campo infinito, perdido en la languidez de sus horizontes inalcanzables y abrumado por sus silencios coreados por las chicharras en verano y los bramidos del viento gélido del invierno.

    Y sí. Había eso de inocencia y de incomprensión entre los dos universos prendida de los ojos y del sentir de la infancia.

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  7. Es lo que tienen los pueblos: las ferias, el exotismo de los de ciudad, las habladurías, las "Anitas"...
    Como pueblerino, esperaba la feria cada verano; donde vivo, y de pequeño, no había mucha oferta lúdica que digamos; pero a mí lo que me atraía eran las casetas de tiro y unos puestos que siempre venían, llenos de navajas, espadas y cuchillos de todo tipo. Me encantan las navajas, de pequeño siempre llevaba una. Era el típico solitario que se sentaba en algún pedrusco a pelar una ramita con su navaja, viendo pasar la tarde.
    Un año gané una en el tiro: muy rudimentaria, mango de madera, barnizado sin más, y una cuchilla corta y ancha. En el otro extremo tenía un tenedor. Se "perdió". Hará unos 10 años compré una igual en eBay; cuando me llegó, el mango no era igual..., vaya rebote cogí. Es lo que tiene "el internete".
    Vaya con Anita..., qué pesadas son algunas.

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    1. Los puestos de tiro eran los mejores y yo como no pueblerino jugaba y perdía siempre, mientras mis amigos ganaban todo. De pequeño también coleccionaba navajas pero las compraba en las gasolineras. Era como tener un arma en el bolsillo aún sabiendo que nunca la utilizarías para clavarla en una persona.

      Le imagino comprando esa navaja por eBay totalmente emocionado y me crea una imagen de ternura que me confirma una vez más que usted es un buen tipo.

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